Margarita Luna Ramos que es ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, asegura sin ambages
Margarita Luna Ramos que es ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, asegura sin ambages que La Corte, el Tribunal Constitucional de México, es entonces baluarte y garante –a la vez- del equilibrio y estabilidad de la vida nacional, así como responsable y artífice del fortalecimiento del Estado democrático y constitucional de derecho en el que debemos desarrollarnos. Exagera, porque la Suprema Corte es cómplice de Peña Nieto.
AUGUSTO HUGO PEÑA DELGADILLO Dossier ahpd 1235 Diciembre 29 del 2016
La Suprema Corte de Justicia, su presidente y todos sus magistrados y ministros solo son garantes de justicia para políticos y potentados, y baluartes del sistema político podrido y de los maleantes que lo componen. Y no son artífices del fortalecimiento y estabilidad del Estado democrático de derecho sino todo lo contrario. Han avalado incluso el precio de la gasolina
Le resulta fácil y cómodo a la magistrada y ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, lo mismo que al presidente de la Suprema Corte, Luis María Aguilar Morales, hacer uso de una retórica por demás envuelta en circunloquios, para decirnos públicamente que La Corte, el Tribunal Constitucional del país es garante y baluarte a la vez del equilibrio y estabilidad de la vida nacional, cuando para ello avalan la inconstitucionalidad de un Estado de Excepción a todas luces violatorio de nuestra Carta Magna, a la que ambos magistrados dicen garantizar como baluarte estabilizador de la vida de México –políticamente hablando- y de los mexicanos en su cotidianeidad. Si la Corte Suprema y sus magistrados creen que la estabilidad se garantiza militarizando al país, lo único que hacen es darle armas, meta - constitucionales a Peña Nieto, para violar flagrantemente la Constitución Política de México y arrumbar a los mexicanos en una cosa que más bien parece dictadura que un mandato republicano constitucional.
Es un hecho que el sistema político nacional tiene sometidos y comprados a los magistrados de La Suprema Corte de Justicia de la Nación, y no por un plato de lentejas sino por más de 600 mil pesos mensuales de sueldos y otro tanto de dietas y prestaciones, las que sí son meta - constitucionales, dadas las carencias económicas que acusa nuestro país, como también en lo poco o nulo expedito de la justicia. La idea de tener bien aceitados con dinero del erario en borbotones a los magistrados de la Suprema Corte, nace porque la parió Carlos Salinas el que además nombró magistrados a modo para hacer lo que se le pegara la gana con nuestros recursos y con los fondos del erario. Los siguientes presidentes han engordado los sueldos de dichos magistrados al grado de convertirlos en algo tan grosero e inútil que da asco.
Si fuesen verdad las maravillas que dice del presidente de La Suprema Corte y de su aduladora, la ministra Margarita Luna Ramos, el Poder Judicial por Excelencia que es la Suprema Corte, ya hubiesen promovido la inhabilitación de muchos gobernadores pillos e ineptos a todas luces, e incluso del propio Peña Nieto, lo mismo que sus encarcelamientos. Sin embargo los magistrados prefieren seguir gozando de las mieles que les escurren del erario, mientras el pueblo, más de 120 millones de mexicanos, son huérfanos de justicia y de seguridad social.
Le sugiero a la ministra Margarita Luna Ramos que no desperdicie tinta y toner de impresora para publicar en los periódicos discursos falsarios que no se sostienen con su propio peso y contenido.
Si ya les tocó en suerte a los magistrados de la Suprema Corte, gozar de las mieles excesivas que les ofrecen sus salarios desproporcionados con la realidad que vive el país, que lo disfruten ellos y sus familias pero que no, encima de ello, quieran parecer justicieros en medio de este país en donde la constante es el abuso contra el pueblo, sobre todo contra los más jodidos. La justicia la aplican solo para ellos y los potentados, lo mismo que para afianzar este sistema político mexicano procaz, y la injusticia se la dejen a las masas hambrientas y empobrecidas que ya –por desgracia y vergüenza nacional- se han acostumbrado a ella. O, ¿usted qué opina, apreciable lector?
Atenta y respetuosamente
Augusto Hugo Peña D.
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