la mala costumbre que tengo de plagiarme a cuanto poeta y escritor leo a través de sus libros o artículos
AUGUSTO H UGO PEÑA DELGADILLO Dossier 1313 Febrero 28 del 2017
Entre más me… Abusando de mi jocosidad ramplona y de la mala costumbre que tengo de plagiarme a cuanto poeta y escritor leo a través de sus libros o artículos en revistas y periódicos, les paso al costo –sin el debido permiso por supuesto- esta joya literaria que esgrime con gracia y tino, Guillermo Sheridan, un viejito diez años más joven que el que esto plagia.
Tomado del Universal de Febrero 28 del 2017.
No es una gracia de ninguna manera hacer de los fraudes que los políticos perpetran, un momento de risas porque gracia no tiene. El tipo este, Guillermo Sheridan, lo hace tan gracioso que bien vale la pena refritearlo para la multitud (son tres o cuatro) de mis asiduos lectores.
Va para ustedes con cariño, completito: Lleva el título “una sincera que mereció abundancia”, se refiere a la esposa de Javier Duarte de Ochoa y al propio prófugo de la justicia. Va pues: Es interesante “Sí, merezco la abundancia” que, a pesar de hallarse en su diario privado, hizo enormemente pública, la señora de todos mis respetos doña Karime Macías de la Sinllenadera, duquesa de Bienes Raíces y marquesa de Rascahuele, primera dama que fue, por matrimonio, del nunca suficientemente señor gobernador del tres veces estoico, estado de Veracruz, Excelentísimo Javier Duarte de la Fuga y Polvorosa, barón de la Longaniza y príncipe de Melespelé.
Aunque la tal oración que la plebe mexicana ha leído estupefacta, en réplicas que mostró la prensa de aquel diario, repetida cientos de veces con caligrafía y tesón de colegiala en las páginas de un cuaderno lujosillo, la tal oración, digo, se encuentra lejos de ser, como han creído los ingenuos, una de esas frases vulgares que pululan en los libros de autoayuda que suelen publicar escritores que se autoayudan escribiendo manuales de autoayuda para la pobre gente que necesita ayuda, y tanta como para no caer en la cuenta de que la primera ayuda que requiere es para saber que no debe gastar en libros de autoayuda y etcétera.
Pero resulta que no. No se trata de una simple oración incantatoria; tampoco es un bobalicón ejercicio de autohimnosis ni mucho menos un mantra utilitario soplado por un gurú monetarista. No, no, no. “Si, merezco la abundancia” es de hecho un divisa, la elegante divisa que figura oronda en el magnífico escudo nobiliario de la Casa de Duarte y Celulitis, casa mediocre y baladí como todas, pero que fue ascendida a rancia y ancestral y muy noble por algún heraldista que se dijo “Si, merezco la abundancia” y si el gordito éste suelta la marmaja lo nombramos marqués y le preparamos un árbol genealógico fastuoso que lo haga descendiente directo de Felipe el Hermoso y Juana la Beltraneja, si paga lo adecuado, o hasta el mero mero Chindasvinto.
Y en efecto –como ya hemos hecho en otras ocasiones ante las más nobles casas mexicanas- hemos localizado el escudo heráldico de la Casa de Duarte y Macías y Globular Cascajo. Presenta tres campos verticales de glauco, plata y gules –que es como la gente que merece abundancia dice “verde, blanco y rojo”, cada una con sus respectivas letrotas hasta formar el emblema PRI, sostenida cada una por dos cerdos copulantes que tienen una mazorca de maíz entrándoles en el hocico y una memela de oro emanándoles del recto. Y ahí, rodeando ese viril y tricolor escudo es donde figura la divisa “Sí, merezco la abundancia”.
Esta divisa, obviamente, es a la vez una constancia y un proyecto, una aspiración y un juicio de valor. Es una divisa que, mucho más allá de la Casa Real que nos ocupa, bien puede sintetizar la fuerza histórica que ha movido desde siempre a las azules sangres mexicanas que se han cubierto de gloria sobre todo a partir de la Reforma y, con particular energía, desde la Revolución triunfante, que multiplicó tanto a las familias nobles y a los apellidos de prosapia que cubren con sus sílabas eufónicas las más altas gestas expropiatorias del erario y privatizadoras del presupuesto público que enorgullecen a los altos timbres de que estoy ufano.
“Si, merezco la abundancia”. Divisa ejemplar que abrevia con tres palabras –verde, blanca y colorada- la conciencia de que la propia abundancia tiene como consecuencia la carencia de lactancia para la mísera infancia y la impotencia de la ignorancia de tanta gente de triste apariencia que, por ser pobre no es rancia, presa de insignificancia y sin buena residencia, que malvive en emergencia a diferencia de gobernadores y diputados de demostrada elegancia y basta circunferencia.
“Si, merezco abundancia”… Ay, pobre señora gobernadora. ¡En que lechos piojosos, de que mugroso hotel de cinco estrellas estará posando su epidermis jarocha? ¿Qué caldos insalubres estará deglutiendo en restaurantes de una sola estrella Michelín? Pobre, pobre: dada a la fuga por sincera.
Porque el noventa y nueve por ciento de la clase política mexicana practica el arte de merecer abundancia cada día, callada, discretamente. La única diferencia es que ella lo eructó con frenesí monjil con su plumita (suponemos que de elevado kilataje) en la hoja de su cuadernito, mientras que los otros –su marido y los demás miles de nobles- se lo repiten cada día pero en secreto, y después, claro está, actúan en consecuencia... Nuestro país es muy ingrato, sobre todo con la gente sincera”. De páginas de El Universal / Febrero 28 del 2017.
Atenta y respetuosamente
El plagiador Augusto Hugo Peña D.
Ah.pd@hotmail.com
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